Por Alexandra Ulmer
BUENOS AIRES (Reuters) - Los bifes no aparecen en el menú del restaurante de Buenos Aires Sattva, un local de comida orgánica, libre de carne y que atiende a un grupo poco frecuente de comensales argentinos: el vegetariano.
En un país donde hay más vacas que personas, la carne vacuna es una gran parte de la identidad nacional, como el tango y el fútbol.
"Acá está metido hasta el inconsciente que hay que comer carne", dijo Germán Coluccio, un vegetariano de 37 años dueño de Sattva, que en un moderno local ofrece vino orgánico con quinoa y cuenta con paredes verdes decoradas con estatuas de Buda.
Su restaurante creció rápidamente, al igual que otras casas de comida vegetarianas, asociaciones y productos orgánicos, en momentos en que argentinos conscientes de su salud se preocupan por su cintura y los niveles de colesterol.
Coluccio alienta a sus clientes a preguntarse de dónde viene lo que comen, pero es una minoría de vegetarianos argentinos los que eligen dejar la carne por una repentina dedicación a los derechos de animales.
"El vegetarianismo está creciendo de una forma impresionante", dijo Manuel Alfredo Marti, presidente de la Unión Vegetariana Argentina (UVA), fundada en el 2000. "El vegetarianismo es muy bueno para la salud (...) Somos lo que comemos", agregó.
Los argentinos son los mayores consumidores de carne vacuna en el mundo, alcanzando el récord de 70 kilos por habitante el año pasado.
Trabajadores usualmente almuerzan en las denominadas "parrillas" (restaurantes de carne), con mesas sobre las veredas de las calles y la reunión del domingo alrededor del "asado" es una institución nacional.
A pesar de que el consumo de tofu todavía no alcanzó esos niveles, las percepciones están cambiando.
"Antes eran cuestiones agresivas (...) ¿Qué te pasó? ¿Estás mal?", dijo Coluccio sobre sus días como un adolescente vegetariano. Pero los amigos que lo burlaban entonces ahora le ruegan que prepare comidas vegetarianas para los cumpleaños.
INSULSO NO
Cenas libres de carne resultaron lucrativas para Carolina Guryn, quien abrió un segundo restaurante vegetariano en febrero junto a su marido, tras el éxito del primer restaurante Artemisia.
"Antes era sinónimo de algo insulso, sin gusto, sin personalidad", dijo Guryn, quien agregó que cuando era pequeña le daba vergüenza invitar a sus amigos a almorzar por la dieta vegetariana de su familia.
"Ahora la gente busca comida vegetariana", dijo Guryn, cuyo restaurante está en el coqueto barrio de Palermo y ofrece platos sudamericanos típicos como cazuela de calabaza y pastel de papas.
Argentina permanece como uno de los mayores exportadores mundiales de carne, pero los chacareros dicen que la herencia de producción de hacienda está en riesgo por la fuerte expansión de las plantaciones de soja.
Casi toda la producción de soja de Argentina es exportada, pero algunos empresarios locales están utilizando esta fuente de proteína y vendiendo las virtudes de la soja a clientes domésticos.
La marca de comida congelada Mondo Frizzatta lanzó una nueva línea de milanesas de soja el mes pasado, como un intento para alejar a los consumidores de las milanesas de carne, mucho más comunes en la dieta de los argentinos.
"Tradicionalmente, la milanesa de soja es un poco un sacrificio", dijo José Robledo, un director en la compañía controlante de Mondo Frizzatta. "(La gente) te pone una cara rara y te dice 'no creo que me guste'".
En un esfuerzo por cambiar la mentalidad de los clientes, la compañía dispuso puestos promocionales en supermercados, para degustaciones de sus productos.
"Es estratégico. Tenemos la oportunidad de llegar a los vegetarianos que ahora existen en el mercado", agregó.
Uno de ellos es Florencia Dorso, de 28 años, una asistente corporativa que dejó de comer carne hace tres años y todavía lucha para convencer a sus amigos y familiares escépticos de los beneficios de una dieta sin la comida favorita del país.
"Todos quieren que coma carne", dijo. "Yo voy a un asado y no lo pueden creer (...) Pero sí voy porque ahora hay un montón de ensaladas", aseguró.
(Traducido por Juliana Castilla, Editado por Lucila Sigal)
Terra/Reuters